viernes, 14 de mayo de 2010

Crisis financiera, las seis etapas del desastre / Pierre Rimbert *

El martes 27 de abril la agencia de calificación Standard&Poor’s degradó la deuda soberana griega al rango de dudosa y rebajó la de Portugal. Al día siguiente España entró en el punto de mira. ¿Quién viene después?

En los tres casos la agencia dijo que basa su apreciación en las perspectivas macroeconómicas de los países afectados: un crecimiento débil no les permitirá cumplir sus compromisos. Pero, ¿qué factores nublan así sus horizontes económicos? Es fácil identificar uno de ellos: los recortes presupuestarios puestos en marcha bajo la presión… de los inversores y las agencias de calificación.

Así se cierra el círculo. En perspectiva, las piezas dispersas de los sucesivos cracs económicos de los tres últimos años componen poco a poco la figura de un puzzle bien conocido. Su marco: la oleada de desregulación financiera de los años 80. Su nombre: frente a crisis del mercado, remedios del mercado.

Primera etapa: en 2007 los hogares estadounidenses, cuyos ingresos se estancaron especialmente bajo los efectos de la competencia internacional, se vieron incapaces de reembolsar los préstamos inmobiliarios concedidos sin ninguna garantía por los bancos ávidos de dinero. Desde el estallido de la «burbuja de Internet» en el año 2000, la Reserva Federal estadounidense mantenía, en efecto, tipos de interés muy bajos que fomentaron las aventuras de los inversores.

Segunda etapa: en septiembre de 2008 la crisis de las subprimes degeneró en una crisis bancaria, los balances de las entidades financieras aparecieron atiborrados de créditos inmobiliarios insolventes esparcidos por los cuatro puntos cardinales del planeta en forma de sofisticados productos financieros. Lehman Brothers se hunde; se impone el pánico; los bancos dejan de conceder préstamos: la economía está al borde de la asfixia.

Tercera etapa: en vez de colocar íntegramente el sector financiero en bancarrota bajo control público, los gobiernos aceptan reflotarlo dejándolo como está. Los Estados se endeudan fuera de toda proporción para salvar a los bancos y reactivar la economía. Pero tras veinte años de descenso continuado de la fiscalidad, los ingresos no acompañan. Entre finales del año 2008 y mediados de 2009 la crisis de las finanzas privadas se convirtió en un inflamiento de la deuda pública y en una crisis social. En los países occidentales se dispara el desempleo.

Cuarta etapa: renovadas por la afluencia de dinero público y el remonte de las Bolsas, estimuladas por tipos de interés casi nulos, los bancos y fondos de inversión reanudan sus actividades habituales. Durante la tormenta bursátil muchos trasladaron sus activos del mercado de acciones (percibido como incierto) hacia el de las deudas públicas (considerado seguro). Pero éstas se hinchan peligrosamente y sólo proporcionan una pequeña tasa de interés. Hay que hacerlo crecer: ésta es la consecuencia del «ataque» especulativo a las deudas soberanas de los países «periféricos» de Europa emprendido tras la revelación del maquillaje del déficit griego –carambola efectuada con la ayuda del banco de negocios Goldman Sachs-

Quinta etapa: desde que los poderes públicos se niegan a frenar la especulación por ley y por una ayuda inmediata a Grecia se desencadena un círculo vicioso: hay que pedir préstamos para pagar la deuda; reducir el déficit para pedir préstamos; recortar el gasto público para reducir el déficit; bajar los salarios, las prestaciones sociales y «reformar» las jubilaciones para reducir el gasto público. Otras tantas medidas que empobrecen los hogares, nublan las perspectivas económicas e incitan a las agencias de calificación a degradar los títulos de la deuda soberana…

Presentada en primer lugar a los Estados, la factura enviada por los bancos para pagar el precio de su propia incompetencia cae después sobre su destinatario final: los trabajadores.

Sexta etapa: el hundimiento de los dominós europeos. Ahí estamos. Espejo de la desunión europea, el plan de ayuda a Grecia ratificado el 11 de abril intenta tardíamente conciliar todos los antagonismos: la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) con el salvamento de las apariencias comunitarias; la puesta bajo tutela de Atenas y el principio de soberanía nacional; el interés bien incluido de los bancos franceses y alemanes, duramente expuesto a la deuda griega, y el Tratado de funcionamiento de la Unión Europea, que prohíbe la solidaridad financiera con un Estado miembro (artículos 123 y 125); el monto de los préstamos previsto inicialmente (45.000 millones de euros, 15.000 por el FMI) y las sumas que ya se consideran necesarias para encauzar la actividad especulativa (dos o incluso tres veces más); el modelo económico alemán que comprime los salarios para dilatar las exportaciones y los balances comerciales negativos de sus vecinos; la agenda política de la Cancillera alemana Angela Merkel, enfrentada a un importante escrutinio regional el 9 de mayo, y la de los dirigentes de los países más endeudados que ven el huracán especulativo abordando sus costas.

Según este arreglo Grecia podrá pedir prestado a tasas menos elevadas que las del mercado (pero infinitamente superiores a las prácticamente nulas de las sumas desbloqueadas sin limitaciones por el Banco Central Europeo a favor de las entidades privadas en 2008 y 2009). En contrapartida Grecia deberá reducir en cinco puntos, o incluso en seis, un déficit presupuestario estimado en el 14% del PIB.

Una violenta sangría que se operará prioritariamente en los gastos sociales pero que todavía no es suficiente a los ojos de Berlín. Menos de diez días después de su anuncio las manifestaciones de protesta se suceden en las calles de Atenas, el fantasma del impago planea sobre la Acrópolis, la crisis de la deuda soberana se extiende por la Península Ibérica y los rumores del estallido de la zona euro se propagan.

Consecuencia de la improvisación, el miedo y la resignación frente a las imposiciones de las finanzas, la reacción de los Estados, de las instituciones europeas y del FMI se caracteriza por la ausencia de una estrategia conjunta: se limitan a imponer la coacción de los mercados mientras juran que resistirán. Dicha ausencia de estrategia común incita a los países miembros a desmarcarse unos de otros con la esperanza de salvarse de las apuestas de los inversores. Una vez colocados los «socios» en situación de competencia se trata de quién exhibirá el plan de austeridad más drástico.

En Lisboa como en Atenas, en Dublín como en Madrid, resuena una única consigna: «apaciguar los mercados» -hace un año los dirigentes del G20 prometieron domarlos-. Al fondo la dinámica refracta involuntariamente la lógica real de la Unión Europea, que se prometió a todos como un espacio de solidaridad y al final se entrega al dumping social, salarial, fiscal, y ahora especulativo… Sin embargo se ofrecen otras soluciones a elección de los gobernantes (1).

Como el mar cuando retrocede la crisis descubre la fragilidad de una construcción (la Unión Europea) que desde su origen se basa en una apuesta: la unión aduanera y monetaria conllevaría la unión política y popular. Huelga decir que esa apuesta se ha perdido.

(*) Periodista y socio de ATTAC-Francia

Nota:
(1)«La ‘régulation financière’, entre contresens et mauvais vouloir», Frédéric Lordon, Le Monde diplomatique, 21 de abril de 2010.

La Unión Europea rescata el proyecto neoliberal / Alejandro Nadal *

Hace tres semanas, la Unión Europea decidió rescatar a Grecia, que estaba ahogándose en el mar de la deuda. Se autorizó un paquete por 110 mil millones de euros (80 de la UE y el resto del Fondo Monetario Internacional) para enfrentar los vencimientos más urgentes de su deuda soberana. El precio para el pueblo griego será una recesión profunda y larga por haber caído en la trampa de una prosperidad que nunca existió.

Con tanto jaleo, el barco de la Unión Europea se ladeó y comenzó a hacer agua. Los tripulantes vieron el peligro del efecto cascada que podría arrastrar a Portugal y España. Los arrecifes no estaban lejos: el desplome del euro se había convertido en una posibilidad real. Había que tomar medidas para evitar el hundimiento.

El 9 de mayo los dieciséis países de la eurozona se comprometieron a proteger al euro con un paquete de más de 500 mil millones de euros (mmde). Junto con otros 220 mmde provenientes del FMI, el blindaje alcanza la portentosa suma de 720 mmde. Por supuesto, esto significa que la condicionalidad de los paquetes del Fondo será el precio a pagar para los países rescatados.

Los medios bautizaron a la medida como un ejemplo del shock y espanto de la doctrina Powell al arrancar la triste guerra de Irak. La idea de esa doctrina era, recordarán los lectores, abrumar con un despliegue militar al enemigo para aniquilar rápidamente sus defensas y desmantelar sus centros de poder.

La metáfora es más que desafortunada. La guerra en Irak es un desastre, así que hay que preguntarse a quién está rescatando esta iniciativa. Para responder, hay que hacer un poco de historia.

El proyecto original de una Europa unida fue concebido como heredero del pacto social de la posguerra. Era el momento de la reconstrucción y la reconciliación, pero también el de la distribución mediante una política de ingresos que permitió una demanda agregada robusta. Ese era, a grandes trazos, el proyecto original de Jean Monnet para el Tratado de Roma de 1957.

Quince años más tarde, el derrumbe del sistema de Bretton Woods cambió las reglas de juego y al final, la Unión Europea alcanzó su plenitud en medio del frenesí neoliberal de los años noventa. Su creación más espectacular, la unión monetaria, nació al abrigo de la teología macroeconómica neoliberal cristalizada en el Tratado de Maastricht (1992): política monetaria obsesionada por la lucha contra la inflación, política fiscal comprometida con el dogma del presupuesto equilibrado y una política de contención salarial que llevaría a serios desequilibrios estructurales en toda Europa.

Aunque el esquema de Maastricht y del Pacto de estabilidad y crecimiento se descompuso antes de que estallara la crisis, los políticos y financieros jugaron a no darse cuenta. Y hoy que la crisis financiera y económica ha roto el paradigma de la economía neoliberal, los centros de poder político y financiero se resisten a abandonarlo.

Según Christine Lagarde, ministra de economía francesa, es sumamente útil tener al FMI participando en esta iniciativa de la UE debido a su experiencia en aplicar programas de estabilización y ajuste. Para Lagarde, el análisis del Fondo en los casos de Lituania, Hungría y Grecia fueron muy preciosos. Caray, qué bueno que a Sarkozy le da por reflexionar sobre las alternativas al capitalismo.

Al igual que la Reserva Federal, la Unión Europea sacó su maquinita de imprimir billetes. Ahora podrá comprar deuda soberana, pero la hipocresía del poder es ilimitada: esas operaciones sólo se llevarán a cabo en los mercados secundarios. Pero los países rescatados recibirán el trato que acostumbra otorgar el FMI. Ahora queda claro no sólo a quién van a rescatar, sino también a quién van a destruir: esta maquinaria quiere desmantelar los últimos vestigios del proyecto original de la Europa solidaria y próspera en el espíritu del Tratado de Roma.

A dos años de haber explotado la crisis neoliberal no se ha prohibido ni una de las transacciones financieras que sirven para especular, incrementar riesgos e intensificar la volatilidad. En cambio, se inicia la última ofensiva en la guerra para desmantelar lo que queda de una etapa en la vida del capitalismo en la que la solidaridad social y una norma salarial que permitía hacer frente a la deficiencia de demanda agregada importaban un poco. ¡Arriba la flexibilidad laboral!

Hoy el pueblo griego se retuerce en un asador en el que los sueños de una generación morirán. Es la misma suerte de la generación que fue sacrificada en México desde 1982 para poder pagar una deuda interminable. Veinticinco años de no invertir en salud, educación, vivienda o medio ambiente. Tiene razón el pueblo griego en rebelarse.

No hay que ser ingenuos. La crisis no es una patología que esporádicamente afecta al capitalismo. En el capital, la crisis no es un episodio del que uno se recupera para regresar a la norma. La crisis es el estado normal del capitalismo. El capital disfruta, vive y se nutre en la crisis.

(*) Del Consejo Científico de ATTAC España

Mercados, calificadoras, poblaciones / Orlando Delgado Selley

En agosto de 2007 no sólo estalló la burbuja inmobiliaria, también empezaron las dificultades de grandes bancos internacionales: el BNP Paribas, el mayor de Francia, el Northern Rock británico, Bear Stearns, el quinto banco de inversión estadunidense, y muchos más. En pocas semanas los bancos centrales empezaron a desembolsar recursos para "apoyar" a esos grandes bancos en problemas que durante 2008 sumaron 3.02 billones de dólares, lo que equivalía a 5.5 por ciento del valor del PIB mundial de 2007. El argumento utilizado para que los congresos respectivos apoyaran el uso de este enorme monto de recursos fue que era indispensable impedir la quiebra del sistema financiero internacional.

En diciembre de 2009 estalló la crisis griega provocada por el cambio en la calificación de la deuda realizada por las principales agencias calificadoras (Standard & Poor’s, Fitch Rating y Mooody’s). Las calificadoras argumentaron que se habían deteriorado las expectativas a mediano plazo de las finanzas públicas de ese país, lo que generaba incertidumbre sobre si la recuperación en curso podría sostenerse. La reducción en la calificación implicó que el spread sobre el costo normal para refinanciar la deuda creciera, provocando un desbalance adicional en las finanzas públicas helénicas ya que la tasa de interés que se le cobrará a partir de la degradación de la calificación de su deuda será significativamente mayor.

Esas mismas calificadoras tuvieron un rol central en la crisis financiera que estamos viviendo. En los primeros años de este siglo se dio una colosal expansión del crédito, provocada por un funcionamiento bancario que puede describirse como "originar y distribuir". La operación bancaria otorga créditos de largo plazo y antes de un mes los vende a empresas filiales o a otros intermediarios financieros quienes, a su vez, los ‘rebanan’ y empaquetan junto con otros papeles financieros para venderlos a inversionistas en el mundo entero. Estos inversionistas evalúan el riesgo de esos paquetes por la calificación de esas agencias, que eran contratadas por las propias empresas que ‘titulizaban’, haciéndoles juez y parte. Muchos inversionistas perdieron su patrimonio por confiar en las calificadoras

Grecia ha sido castigada por los "mercados" y por los gobiernos de los países de la zona del euro. La demora de los gobiernos europeos en otorgar los apoyos económicos indispensables para enfrentar la situación provocó que hubiera nuevas calificaciones que han rebajado la deuda hasta niveles "basura", lo que ha significado que el spread sobre la tasa de interés sea casi de 10 puntos porcentuales. La lentitud de la respuesta de los gobiernos alemán y francés contrasta con la celeridad con la que apoyaron a los bancos de sus países. Contrastan aún más los requerimientos exigidos a la población griega en relación con lo que esos mismos gobiernos demandaron de los dueños de los bancos y de sus principales funcionarios.

La crisis que parecía empezar a superarse ha tomado un nuevo cauce. Los bancos ya no son el problema principal, aunque sigue siendo una preocupación la reanudación de los flujos crediticios. Una nueva etapa de la crisis podría estarse configurando a partir de la situación de las finanzas públicas de los países que peyorativamente se han denominado PIIGS: la deuda de Grecia que ha causado una turbulencia enorme es de 236 mil millones de dólares, la de Portugal suma 286 mil millones, la irlandesa 867 mil millones, España 1.1 billones e Italia 1.4 billones de dólares. Literalmente el problema griego es apenas la punta del iceberg.

Es evidente que el problema podría complicarse. Por lo pronto parece haberse hallado una salida financiera, pero sorprende el desinterés de gobiernos democráticos para actuar en defensa no del euro, sino de la población de un país. Sorprende que acepten que los ‘mercados’ puedan calificar y juzgar la actuación de un gobierno y decidir castigar a una población entera, cuando han demostrado que carecen de los valores éticos y de los requerimientos técnicos indispensables para hacerlo. El neoliberalismo ciertamente no murió con la crisis. Sigue vivo y mantiene el control político e ideológico sobre los gobiernos.

o_selley2001@yahoo.com

http://www.jornada.unam.mx/2010/05/13/index.php?section=opinion&article=030a1eco

Lo que no se dice de la crisis / Vicenç Navarro *

La crisis que están viviendo algunos países mediterráneos –Grecia, Portugal y España– e Irlanda se está atribuyendo a su excesivo gasto público, que se supone ha creado un elevado déficit y una exuberante deuda pública, escollos que dificultan seriamente su recuperación económica. De ahí las recetas que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo (BCE) y el Consejo Europeo han estado imponiendo a aquellos países: hay que apretarse el cinturón y reducir el déficit y la deuda pública de una manera radical.

Es sorprendente que esta explicación haya alcanzado la dimensión de dogma, que se reproduce a base de fe (el omnipresente dogma liberal) y no a partir de una evidencia empírica. En realidad, ésta muestra lo profundamente errónea que es tal explicación de la crisis. Veamos los datos.

Todos estos países tienen los gastos públicos (incluyendo el gasto público social) más bajos de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea, al cual pertenecen.

Mírese como se mire (bien gasto público como porcentaje del PIB; bien como gasto público per cápita; bien como porcentaje de la población adulta trabajando en el sector público), todos estos países están a la cola de la UE-15. Su sector público está subdesarrollado. Sus estados del bienestar, por ejemplo, están entre los menos desarrollados en la UE-15.

Una causa de esta pobreza del sector público es que, desde la Segunda Guerra Mundial, estos países han estado gobernados la mayoría del periodo por partidos profundamente conservadores, en estados con escasa sensibilidad social.

Todos ellos tienen unos sistemas de recaudación de impuestos escasamente progresivos, con carga fiscal menor que el promedio de la UE-15 y con un enorme fraude fiscal (que oscila entre un 20 y un 25% de su PIB). Son estados que, además de tener escasa sensibilidad social, tienen escaso efecto redistributivo, por lo que son los que tienen mayores desigualdades de renta en la UE-15, desigualdades que se han acentuado a partir de políticas liberales llevadas a cabo por sus gobiernos.

Como consecuencia, la capacidad adquisitiva de las clases populares se ha reducido notablemente, creando una economía basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme problema de escasez de demanda, causa de la recesión económica.

Es este tipo de Estado el que explica que, a pesar de que su deuda pública no sea descomunal (como erróneamente se presenta el caso de Grecia en los medios, cuya deuda es semejante al promedio de los países de la OCDE), surjan dudas de que tales estados puedan llegar a pagar su deuda, consecuencia de su limitada capacidad recaudatoria.

Su déficit se debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la disminución de los ingresos al Estado, resultado de la disminución de la actividad económica y su probada ineficacia en conseguir un aumento de los ingresos al Estado, debido a la resistencia de los poderes económicos y financieros.

Por otra parte, la falta de crédito se debe al excesivo poder del capital financiero y su influencia en la Unión Europea y sus estados miembros. Fue la banca la que, con sus comportamientos especulativos, fue creando burbujas que, al estallar, han generado los enormes problemas de falta de crédito. Y ahora están creando una nueva burbuja: la de la deuda pública.

Su excesiva influencia sobre el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (este último mero instrumento de la banca) explica las enormes ayudas a los banqueros y accionistas, que están generando enormes beneficios.

Consiguen abundante dinero del BCE a bajísimos intereses (1%), con el que compran bonos públicos que les dan una rentabilidad de hasta un 7% y un 10%, ayudados por sus agencias de cualificación (que tienen nula credibilidad, al haber definido a varios bancos como entidades con elevada salud financiera días antes de que colapsaran), que valoran negativamente los bonos públicos para conseguir mayores intereses.

Añádase a ello los hedge funds, fondos de alto riesgo, que están especulando para que colapse el euro y que tienen su base en Europa, en el centro financiero de Londres, la City, llamada el “Wall Street Guantánamo”, porque su falta de supervisión pública es incluso menor (que ya es mucho decir) que la que se da en el centro financiero de EEUU.

Como bien ha dicho Joseph Stiglitz, con todos los fondos gastados para ayudar a los banqueros y accionistas se podrían haber creado bancos públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que estamos experimentando (ver mi artículo “¿Por qué no banca pública?”, en www.vnavarro.org).

En realidad, es necesario y urgente que se reduzca el sobredimensionado sector financiero en el mundo, pues su excesivo desarrollo está dañando la economía real. Mientras la banca está pidiendo a las clases populares que se “aprieten el cinturón”, tales instituciones ni siquiera tienen cinturón. Dos años después de haber causado la crisis, todavía permanecen con la misma falta de control y regulación que causó la Gran Recesión.

El mayor problema hoy en la UE no es el elevado déficit o deuda (como dice la banca), sino el escaso crecimiento económico y el aumento del desempleo. Ello exige políticas de estímulo económico y crecimiento de empleo en toda la UE (y muy especialmente en los países citados en este artículo).

No ha habido una crisis de las proporciones actuales en el siglo XX sin que haya habido un crecimiento notable del gasto público y de la deuda pública, que se ha ido amortizando a lo largo de los años a base de crecimiento económico. EEUU pagó su deuda, que le permitió salir de la Gran Depresión, en 30 años de crecimiento.

El mayor obstáculo para que ello ocurra en la UE es el dominio del pensamiento liberal en el establishment político y mediático europeo, imponiendo políticas que serán ineficientes, además de innecesarias. Y todo para asegurar los beneficios de la banca. Así de claro.

(*) Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University

http://blogs.publico.es/dominiopublico/2013/lo-que-no-se-dice-de-la-crisis/

Deuda pública y credibilidad / José Manuel Naredo *

No es el peso de la deuda pública el que pone en cuestión la credibilidad de la economía española. El porcentaje de la deuda pública en relación con el PIB apenas superaba en España el 50% al finalizar 2009, frente al 115% de Grecia e Italia, el 85% de Reino Unido… o el 73 y 78% de Alemania y Francia. ¿Es, entonces, el irresponsable sadismo de los mercados y las agencias de calificación el que está castigando sin base alguna a la economía española?

No parece: las personas y entidades que operan en estos ámbitos tendrían que ser muy miopes para no vislumbrar, más allá de ese porcentaje, la situación tan difícil por la que atraviesa la economía española.

España cumplió a rajatabla las exigencias de Maastricht recortando su deuda pública hasta el 36% del PIB en 2007 y transmutando en superávit su antiguo déficit presupuestario. Para conseguirlo los gobiernos socialistas, primero, y populares, después, no dudaron en vender la mayoría de las empresas públicas, mostrando en ello un consenso digno de mejor causa.

Como también en mantener la precariedad de los servicios públicos y de las prestaciones sociales, a la vez que promovían la inversión especulativo-suntuaria en inmuebles, infraestructuras y megaproyectos.

Se saldaron así, incluso, las llamadas “joyas de la corona” (Argentaria, Telefónica, Endesa, Tabacalera y Repsol), haciendo que semejante adelgazamiento del Estado recorte hoy seriamente su margen de maniobra para combatir la crisis.

Pero lo más preocupante ahora no son las finanzas públicas, sino las privadas que las nutren. España, tras ser líder mundial del auge y del riesgo inmobiliario, lo es ahora del declive.

Junto con la burbuja inmobiliaria se ha desinflado también la actividad económica, la recaudación de impuestos… y la función atractora de capitales que venía ejerciendo la economía española y posibilitando su creciente endeudamiento privado frente al exterior: este, que multiplica por cuatro al endeudamiento público, es el que más preocupa a los analistas internacionales y el que retrae la anterior afluencia de capitales y recorta las cotizaciones bursátiles e inmobiliarias.

En este contexto, los continuos e infundados avisos de que ya salimos de la crisis, sin reconocer públicamente los verdaderos problemas, ni planificar seriamente la reconversión y el saneamiento de la economía española, sólo contribuyen a empañar su credibilidad.

(*) Economista y estadístico